jueves, 16 de septiembre de 2010

Vasili Grossman "Vida y destino"





                                
Imagen de Vasili Grossman
Vasili Grossman
  (Rusia 1905-1964)
"La mayoría de los hombres que viven en la Tierra no se proponen como objetivo definir el «bien». ¿En qué consiste el bien? ¿Bien para quién? ¿De quién? ¿Existe un bien común, aplicable a todos los seres, a todas las tribus, a todas las circunstancias?
¿O tal vez mi bien es el mal para ti y el bien de mi pueblo, el mal para el tuyo?
¿Es eterno e inmutable el bien, o quizás el bien de ayer es el vicio de hoy, y el mal de
ayer se ha transformado en el bien de hoy?
Cuando se aproxima el momento del Juicio Final, no sólo los filósofos y los predicadores, también los hombres de toda condición, cultivados y analfabetos, se plantean el problema del bien y el mal.
Han asistido los hombres durante miles de años a una evolución del concepto del bien? ¿Es un concepto común a todos los pueblos, a griegos y judíos, como decía el apóstol?
¿No deberíamos tener en cuenta las clases, naciones, Estados? ¿O acaso se trata de un concepto más amplio que engloba también a los animales, a los árboles, a los líquenes, como Buda y sus discípulos aseveraron? el mismo Buda tuvo que negar el bien y el amor de la vida antes de abrazarlos
He constatado que los diferentes sistemas morales y filosóficos de los guías de la humanidad que se
han ido sucediendo en el transcurso de los milenios han limitado el concepto del bien.
La doctrina cristiana, cinco siglos después del budismo, restringió el mundo viviente al cual es aplicable la noción de bien: no contenía a todos los seres vivos, sino sólo a los hombres
El bien de los primeros cristianos, que abrazaba a toda la humanidad, dio paso al bien exclusivo de los cristianos, mientras que junto a él coexistía el bien de los musulmanes, el bien de los judío
Con el transcurso de los siglos, el bien de los cristianos se escindió y surgió el bien de los católicos, el de los protestantes y el de los ortodoxos. Luego, del bien de los ortodoxos nació el bien de los nuevos y los viejos creyentes.
Y existían también el bien de los ricos y el bien de los pobres. Y el bien de los amarillos, los negros los blancos.
Y esa fragmentación continua dio lugar al bien circunscrito a una secta, una raza, una clase; todos los que se encontraban más allá de tan estrecho círculo quedaban excluido
Y los hombres tomaron conciencia de que se había vertido mucha sangre a causa de ese bien pequeño, malo, en nombre de la lucha que ese bien libraba contra todo lo que consideraba como mal.
Y a veces el concepto mismo de ese bien se convertía en un látigo, en un mal más grande que el propio mal.
Un bien así no es más que una cáscara vacía de la que ha caído y se ha perdido la semilla sagrada.
¿Quién restituirá a los hombres la semilla perdida?
¿Qué es el bien? A menudo se dice que es un pensamiento y, ligado a este pensamiento, una acción que conduce al triunfo de la humanidad, o de una familia, una nación, un Estado, una clase, una fe
Aquellos que luchan por su propio bien tratan de presentarlo como el bien general. Por eso proclaman: mi bien coincide con el bien general, mi bien no es sólo imprescindible para mí, es imprescindible para todos. Realizando mi propio bien persigo también el bien general
Así, tras haber perdido el bien su universalidad, el bien de una secta, de una clase, de una nación, de un Estado asume una universalidad engañosa para justificar su lucha contra todo lo que él conceptúa
como mal.
Ni siquiera Herodes derramó sangre en nombre del mal: la derramó en nombre de su propio bien. Una nueva fuerza había venido al mundo, una fuerza que amenazaba con destruirle a él y a su familia destrozar a sus amigos y favoritos, su reino, su ejército
Pero no era el mal lo que había nacido, era el cristianismo. Nunca antes la humanidad había oído estas palabras:
«No juzguéis, y no seréis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis seréis medidos... Amad a vuestros enemigos; bendecid a los que os maldicen, haced el bien a los que os aborrecen, y rogad por aquellos que os ultrajan y os persiguen…Todas las cosas
que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es La
ley y los profetas».
¿Qué aportó a los hombres esa doctrina de paz y amor?
La iconoclasia bizantina, las torturas de la Inquisición, la lucha contra las herejías en Francia, Italia, Flandes, Alemania, la lucha entre protestantismo y catolicismo, las intrigas de las órdenes monásticas, la lucha entre Nikón y Avvakum, el yugo aplastante al que fueron sometidas durante siglos la ciencia y la libertad, las persecuciones cristianas de la población pagana de Tasmania, los malhechores que
incendiaron en África pueblos negros. Todo esto provocó sufrimientos mayores que los delitos de los bandidos y criminales que practicaban el mal por el mal..
Ese es el terrible destino, que hace arder al espíritu, de la más humana de las doctrinas de la humanidad; ésta no ha escapado a la suerte común y también
se ha descompuesto en una serie de moléculas de pequeños «bienes» particulares
La crueldad de la vida engendra el bien en los grandes corazones, y éstos llevan ese bien a la vida, estimulados por el deseo de cambiar el mundo a imagen del bien que vive en ellos. Pero no son los círculos de la vida los que cambian a imagen y semejanza de la idea del bien, sino la idea del bien la que se hunde en el fango de la vida, se quiebra, pierde su universalidad, se pone al servicio de la cotidianidad
y no esculpe la vida a su hermosa pero incorpórea imagen
El flujo de la vida siempre es percibido en la conciencia del hombre como una lucha entre el bien y el mal, pero no es así. Los hombres que velan por el bien de la humanidad son impotentes para reducir el mal en la Tierra.
Las grandes ideas son necesarias para abrir nuevos cauces, retirar piedras, desplazar rocas, derribar acantilados, desbrozar bosques
  Los sueños del bien universal son necesarios para que las grandes
aguas corran impetuosas en un único torrente. Si el mar estuviera dotado de pensamiento, en cada tempestad la idea y el sueño de la felicidad nacerían en sus aguas, y cada ola, al romper contra las rocas, pensaría que perece por el bien de las aguas del mar y no advertiría que es levantada por la fuerza del viento, del mismo modo que levantó a miles antes que ella y que levantará a miles después.
Muchos libros se han escrito sobre cómo combatir el mal, sobre la naturaleza del bien y el mal.

Pero lo más triste de todo esto es lo siguiente, y es un hecho indiscutible: cada vez que asistimos al amanecer de un bien eterno que nunca será vencido por el mal, ese mismo mal que es eterno y que nunca será vencido por el bien, cada vez que asistimos a ese amanecer mueren niños y ancianos, corre la sangre.
No sólo los hombres, también Dios es impotente para reducir el mal sobre la Tierra.
«Se oye un grito en Ramá, lamentos y un amargo llanto. Es Raquel que llora por sus hijos y no quiere ser consolada; ¡sus hijos ya no existen!1
» Y a ella, que ha perdido a sus hijos, poco le importa lo que lossabios consideren qué es el bien y qué el mal.
Pero ¿acaso la vida es el mal?
Yo vi la fuerza inquebrantable de la idea del bien social que nació en mi país.
Vi esa fuerza en el periodo de la colectivización total, la vi en 1937. Vi cómo se aniquilaba a las personas en nombre de un ideal tan hermoso y humano como el ideal del cristianismo.
Vi pueblos enteros muriéndose de hambre, vi niños campesinos pereciendo en la nieve siberiana.
Vi trenes con destino a Siberia que transportaban a cientos y miles de hombres y mujeres de Moscú, Leningrado de todas las ciudades de Rusia, acusados de ser enemigos de la grande y luminosa idea del bien social,
Esa idea grande y hermosa mataba sin piedad a unos, destrozaba la vida a otros, separaba a los maridos de sus mujeres, a los hijos de sus padres.
Ahora el gran horror del fascismo alemán se ha levantado sobre el mundo. El aire está lleno de los gritos y los gemidos de los torturados
El cielo se ha vuelto negro, el sol se ha apagado en el humo de los
hornos crematorios.
Pero estos crímenes sin precedentes, nunca antes vistos en la Tierra ni en el universo, fueron cometidos en nombre del bien
Hace tiempo, cuando vivía en los bosques del norte, pensé que el bien no se hallaba en el hombre, ni tampoco en el mundo rapaz de los animales y los insectos
, sino en el reino silencioso de los árboles.
No era cierto. Vi el movimiento del bosque, la lucha cruenta que entablan los árboles contra las hierbas y matorrales por la conquista de la tierra
Miles de millones de semillas vuelan a través del aire y comienzan a germinar, destruyendo la hierba y los arbustos
 Millones de brotes de hierba nueva entran en liza unos contra otros
Y sólo los supervivientes constituyen una alianza de iguales para formar
la única fronda del joven bosque fotófilo. Abetos y hayas vegetan en un presidio crepuscular, encerrados en la fronda del bosque.
Pero para los vencedores también llega el momento de la decrepitud, y
vigorosos abetos se yerguen hacia la luz, matando los alisos y los abedules.
Así es la vida del bosque, una lucha constante de todos contra todos. Sólo los ciegos pueden imaginar el reino de los árboles y la hierba como el mundo del bien.
¿Acaso la vida es el mal?
El bien no está en la naturaleza, tampoco en los sermones de los
maestros religiosos ni de los profetas,no está en las doctrinas de los grandes sociólogos y líderes populares, no está en la ética de los filósofos.
Son las personas corrientes las que llevan en sus corazones el amor por
todo cuanto vive; aman y cuidande la vida de modo natural y espontáneo. Al final del día prefieren el calor del hogar a encender hogueras en las plazas.
Así, además de ese bien grande y amenazador, existe también la bondad cotidiana de los hombres. Es la bondad de una viejecita que lleva un mendrugo de pan a un prisionero, la bondad del soldado que da de beber de su cantimplora al enemigo herido, la bondad de los jóvenes que se
apiadan de los ancianos, la bondad del campesino que oculta en el pajar a un viejo judío.Es la bondad del guardia de una prisión que, poniendo en peligro su propia libertad, entrega las cartas de prisioneros y reclusos,
con cuyas ideas no congenia, a sus madres y mujeres.
Es la bondad particular de un individuo hacia, otro, es una bondad sin testigos, pequeña, sin ideología.
Podríamos denominarla bondad sin sentido. La bondad de los nombres al margen del bien religioso y
social.
Pero si nos detenemos a pensarlo, nos damos cuenta de que esa bondad sin sentido, particular, casual,
es eterna.Se extiende a todo lo vivo, incluso a un ratón O a una rama quebrada que el transeúnte, parándose un instante, endereza para que cicatrice y se cure rápido
En estos tiempos terribles en que la locura reina en nombre de la gloria
de los Estados, las naciones y el bien universal, en esta época en que los hombres ya no parecen hombres y sólo se agitan como las ramas en los árboles, como piedras que arrastran a otras piedras en una avalancha que llena los barrancos y las fosas, en esta época de horror y
demencia, la bondad sin sentido, compasiva, esparcida en la vida como una partícula de radio, no ha desaparecido
Unos alemanes llegaron a un pueblo para vengar el asesinato de dos soldados. Por la noche reunieron a las mujeres del lugar y les ordenaron cavar una fosa en el lindero del bosque. Varios soldados se instalaron en la casa de una anciana. Su marido había sido conducido por un politsai a la comisaría donde ya habían detenido a veinte campesinos
La anciana no pudo conciliar el sueño durante toda la noche. Los
alemanes encontraron en el sótano un cesto de huevos y un tarro de miel, encendieron ellos mismos el fogón, se hicieron una tortilla y bebieron vodka
Luego, el mayor de todos se puso a tocar la armónica y
los otros, golpeando con los pies, entonaron una canción. A la propietaria de la casa ni siquiera la miraban, como si fuera un gato
Cuando hubo amanecido, empezaron a comprobar sus subfusiles, y el
mayor de los soldados, apretando por equivocación el gatillo, se disparó en el estómago. Todos se pusieron a gritar, se armó un gran revuelo. Vendaron de cualquier modo al herido y lo colocaron en la cama
En aquel momento llamaron a los soldados desde fuera. Con gestos
ordenaron a la mujer que cuidara del herido. La mujer pensó lo fácil que le resultaría estrangularlo: el hombre musitaba palabras incomprensibles, cerraba los ojos, lloraba, chasqueaba los labios. De repente el alemán abrió los ojos y dijo con voz clara: «Madre, agua».
—Ay, maldito seas —dijo la mujer—. Lo que tendría que hacer es estrangularte.
Y le dio agua. Él le sujetó la mano y le dio a entender que quería sentarse, que la sangre no le dejaba respirar
. La mujer lo levantó, mientras él se sostenía con los brazos alrededor de su cuello. De pronto se oyó un tiroteo fuera y la mujer se estremeció
Después explicó a la gente lo que había pasado, pero nadie la comprendió; ni ella misma sabía explicárselo
Esa especie de bondad por su sinsentido en la fábula del ermitaño que calentó a una
serpiente en su pecho.
Es la bondad que tiene piedad de una tarántula que ha mordido a un niño.
¡Bondad ciega, insensata, perjudicial!
A la gente le gusta buscar en las historias y fábulas ejemplos del peligro de esta bondad sin sentido.
¡No hay que tener miedo! Temerla es lo mismo que temer un pez de agua dulce que por casualidad ha
caído del río hacia el océano salado.
El daño que esa bondad sin sentido a veces puede ocasionar a la
sociedad, a la clase, a la raza, alEstado, palidece ante la luz que irradian los hombres que están dotados de ella.
Esa bondad, esa absurda bondad, es lo más humano que hay en el hombre, lo que le define, el logro
más alta que puede alcanzar su alma.
  La vida no es el mal, nos dice.
Esta bondad es muda y sin sentido. Es instintiva; ciega. Cuando la
cristiandad le dio forma en el seno de las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, comenzó a oscurecerse; su semilla se convirtió en cáscara.
Es fuerte mientras es muda, inconsciente y sin sentido, mientras vive en
la oscuridad viva del corazón humano, mientras no se convierte en instrumento y mercancía en manos de predicadores, mientras que su
oro bruto no se acuña en moneda de santidad. Es sencilla como la vida.
Incluso las enseñanzas de Jesús la privaron de su fuerza; su fuerza está en el silencio del corazón humano.
Pero, perdida la fe en el bien, comencé a dudar también de la bondad. Me da pena su impotencia.
¿Para qué sirve entonces? No es contagiosa.
Me pareció que era tan bella e impotente como el rocío.
¿Cómo se puede transformar su fuerza sin echarla a perder, sin sofocarla como hizo la Iglesia?
¡La bondad es fuerte mientras es impotente! Si el hombre trata de transformarla en fuerza, languidece, se desvanece, se pierde, desaparece.
Ahora veo la auténtica fuerza del mal. Los cielos están vados. El hombre está solo en la Tierra.
¿Cómo sofocar, pues, el mal? ¿Con gotas de rocío vivo, con bondad humana?
No, esa llama no puede apagarse ni con el agua de todos los mares y las nubes, no puede apagarse con un pobre puñado de rocío recogido
desde los tiempos evangélicos hasta nuestro presente de hierro...
Así, habiendo perdido la esperanza de encontrar el bien en Dios, en la naturaleza, comencé a perder la
fe en la bondad.
Pero cuanto más se abren ante mí las tinieblas del fascismo, más claro veo que lo humano es indestructible y que continúa viviendo en el hombre, incluso al borde de la fosa sangrienta, incluso en la puerta de las cámaras de gas
Yo he templado mi fe en el infierno. Mi fe ha emergido de las llamas de los hornos crematorios, ha traspasado el hormigón de las cámaras de gas
He visto que no es el hombre quien es impotente en la lucha contra el mal
 he visto que es el mal el que es impotente en su lucha contra el hombre.
En la impotencia de la bondad, en la bondad sin sentido, está el secreto de su inmortalidad. Nunca podrá ser vencida.
Cuanto más estúpida, más absurda, más impotente pueda parecer, más grande es. ¡El mal es impotente ante ella
! Los profetas, los maestros religiosos, los reformadores, los líderes, los
guías son impotentes ante ella. El amor ciego y mudo es el sentido del hombre.
La historia del hombre no es la batalla del bien que intenta superar al mal. La historia del hombre es la batalla del gran mal que trata de aplastar la semilla de la humanidad
 Pero si ni siquiera ahora lo humano ha sido aniquilado en el hombre, entonces el mal nunca vencerá

( "Vida y destino"de Vasili Grossman)
 


  “Vida y destino”, Vassili Grossman.  Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2007

 Sobre el autor

Grossman fue enviado al frente ruso como corresponsal de guerra del periódico "Estrella Roja". Como es lógico, sus crónicas debían estar repletas del heroísmo y valor de los soldados del ejército rojo bajo la guía de su comandante en jefe: el todopoderoso Stalin. La verdad de lo que veía, las miserias de la guerra, las escribía Grossman en unos cuadernos de uso personal. 
 Una lectura absolutamente recomendable para quien esté interesado en asomarse a lo que significa realmente un conflicto de las características de aquel. Nuestro autor siguió al ejército desde Stalingrado hasta Berlín y fue testigo, entre otras cosas, del horror de los campos de exterminio nazis.

En "Vida y destino"  la gran cantidad de personajes y su humanidad, la ambición de totalidad, la precisión en las descripciones, sus disertaciones filosóficas.
 En 1960 el KGB confiscó el manuscrito antes de ser publicado y se le comunicó a su autor que la novela no podría ser publicada en doscientos años. Un plazo un tanto dilatado, incluso para una persona muy paciente. 
Por suerte, en 1980 un amigo del autor logró sacar una copia microfilmada hacia Suiza. Grossman, sin embargo, falleció en 1964 sin saberlo, la novela fue publicada en Suiza en 1980 y así hemos tenido la suerte de que llegue hasta nosotros. La literatura es capaz de sobrevivir en las peores condiciones, en los regimenes más brutales. La verdad que destilan páginas como estas se acaba imponiendo a toda forma de censura 


"Vida y destino" se centra sobre todo en la batalla de Stalingrado, pero constituye un extenso fresco de la época, por lo que el lector no visita solamente la heroica ciudad, sino que se pasea por un campo de concentración alemán, un campo de trabajo soviético, las ciudades de Kazán y Moscú, la Ucrania invadida por los nazis... Sus descripciones de los distintos aspectos de la batalla de Stalingrado solo pueden ser realizadas por quien ha sido testigo directo de aquel infierno. La trama es demasiado compleja como para resumirla aquí, solo digamos que Grossman se interesa por todos los aspectos de la guerra, por los soldados del frente y por la retaguardia y sobre todo por las motivaciones y sentimientos de la gran variedad de personajes, absolutamente humanos todos ellos, por lo que nos parece que van a seguir viviendo sus vidas una vez que hemos acabado la lectura. El escritor se atreve incluso a meterse en la mente de los acérrimos enemigos, Hitler y Stalin. Una exploración profunda del alma humana, incluidas las de dos monstruos.

El retrato de la Unión Soviética es absolutamente despiadado: un poder inhumano que hace que sus ciudadanos sean siervos sumisos, circunstancia retratada magistralmente cuando hay dudas sobre la pureza de las teorías acerca de la energía atómica del físico Shtrum, uno de los protagonistas: sus compañeros y amigos dejan de hablarle y de mirarle a la cara ante lo que parece su inminente detención por los órganos del Estado. Cuando finalmente, el mismísimo Stalin, el Dios Stalin, telefonea a Shtrum para felicitarle por su trabajo, las dudas quedan resueltas. Shtrum vuelve a la vida, vuelve a ser un trabajador valioso y la actitud de sus compañeros cambia con una naturalidad pasmosa: de pronto todo son amabilidades y atenciones. El comisario comunista Krímov no tiene tanta suerte: es arrestado. Las durísimas escenas de las torturas que sufre en la Lubianka ("veladas en el caserío de la Lubianka", como las describe irónicamente Grossman) son de las páginas más conseguidas de toda la novela: el autor sabe recrear espléndidamente el clima de terror imperante en la Unión Soviética y lo que significa vivir en un régimen totalitario:

"El poder del Estado había constituido un nuevo pasado; (...) exhumaba nuevos héroes para acontecimientos ya sepultados y destituía a los verdaderos. El Estado tenía poder para recrear lo que una vez había sido, para transformar figuras de granito y bronce, para manipular discursos pronunciados hacía tiempo, para cambiar la disposición de los personajes en una fotografía."

Aunque no fue directamente reprimido, Grossman sufrió interrogatorios en carne propia. Y algunos de sus amigos desaparecieron en las distintas represiones stalinistas. En diferentes momentos de la narración se trasluce la obsesión del escritor por la represión de 1937 y el eufemismo empleado en las cartas que se enviaban a las familias de muchos de los detenidos: condenado a diez años sin correspondencia. Eso quería decir que el familiar estaba muerto.

A pesar de las ilusiones de Grossman, el fin de la guerra no supuso la suavización del régimen soviético. A diferencia de los personajes de Tolstoi, los de Grossman apenas conocen la paz, solo la guerra interna desatada por Stalin en las purgas o contra los campesinos ucranianos en los años veinte y la desatada por el devastador ataque alemán. Sin embargo, en las páginas finales hay lugar para la esperanza:

"... Y aunque ninguno de ellos pueda decir qué les espera, aunque sepan que en una época tan terrible el ser humano no es ya forjador de su propia felicidad y que sólo el destino tiene el poder de indultar y castigar, de ensalzar en la gloria y hundir en la miseria, de convertir a un hombre en polvo de un campo penitenciario, sin embargo ni el destino ni la historia ni la ira del Estado ni la gloria o la infamia de la batalla tienen poder para transformar a los que llevan por nombre seres humanos. Fuera lo que fuese lo que les deparaba el futuro - la fama por su trabajo o la soledad, la miseria y la desesperación, la muerte y la ejecución -, ellos vivirán como seres humanos, y lo mismo para aquellos que ya han muerto; y sólo en eso consiste la victoria amarga y eterna del hombre sobre las fuerzas grandisosas e inhumanas que hubo y habrá en el mundo."

El ser humano finalmente alzándose sobre el Estado, sobre la represión. El propio Vasili Grossman probó que se puede ser un escritor libre en las peores circunstancias, que la escritura libera y proclama verdades que a veces es imposible expresar en la vida real. Solo por transmitirnos esa valentía y esa existencia ejemplar y luminosa entre la niebla del grisáceo Estado soviético debemos estarle agradecido. Una lectura imprescindible.



                                      Vasili Grosman en su despacho

Vasili Grossman y su despiadado tiempo

Antony Beevor edita los cuadernos de la II Guerra Mundial del escritor ruso

"En los campos de trabajo de Polonia, las SS actuaban como si se tratara de cultivar coliflores o patatas", escribió Vasili Grossman (Berdichev, 1905-Moscú, 1964) en su artículo El infierno de Treblinka, publicado en noviembre de 1944 y que luego fue citado en el Tribunal de Núremberg. Poco antes había anotado que "sobriedad, tesón y una limpieza extremada son buenas cualidades típicas de muchos alemanes". Lo que venía después era una descripción exacta, que pone los pelos de punta, de cómo funcionó la maquinaria de destrucción del campo de Treblinka.
Beevor: "Grossman era capaz de contar un sinfín de detalles de los individuos"
Hay similitudes entre los que cubrían la guerra entonces y los que lo hacen ahora
Vasili Grossman había llegado allí junto a las tropas soviéticas en julio de ese mismo año. "Su reconstrucción fue tan precisa, con tal lujo de detalles y tan minuciosa porque pudo estar presente en los interrogatorios que hicieron los oficiales rusos a cuantos habían sobrevivido, fueran víctimas o verdugos; con todo ese material pudo elaborar una descripción de primera mano de lo fue el horror", explica Antony Beevor, que acaba de publicar, junto a Luba Vinogradova, Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945 (Crítica), la edición de los cuadernos de notas que el escritor ruso redactó durante la II Guerra Mundial mientras acompañaba al Ejército soviético. Beevor los descubrió cuando preparaba su libro sobre la batalla de Stalingrado en el Archivo Estatal Ruso de Literatura y Artes. "Nadie sabía que se habían conservado, ni cómo llegaron allí, ni cómo sobrevivieron a las pesquisas de la eficaz investigación de los servicios secretos de Stalin".
El texto sobre Treblinka lo elaboró Grossman a partir de las notas de sus cuadernos. Los empezó el 5 de agosto de 1941 cuando partió hacia el frente por orden del general David Ortenberg, director de Estrella Roja, el periódico oficial del Ejército Rojo que era también leído con avidez por la población civil. No tarda en contar de la fiereza de los alemanes cuando atacan borrachos, de las bombas que lanzan los Junkers, del pavor que se desencadena cuando se escucha la presencia de los Messerschmidts. Apunta: "La imagen de Gomel ardiendo en los ojos de una vaca herida" y también que "un piloto escapó atravesando las líneas enemigas en ropa interior, sin soltar su revólver", o que el cohete que se le escapó a un joven recluta "alcanzó al jefe del Estado Mayor en el trasero". Su balance pocos días después de ver lo que ocurre en primera línea es rotundo: "¡Sí, ha comenzado un tiempo despiadado, un tiempo de plomo!".
"Lo más interesante de las notas de Grossman es su capacidad para contar un sinfín de detalles relacionados con los individuos", explica Beevor. "No sabía gran cosa de ciencia militar y tuvo que ponerse a estudiar sobre estrategia y sobre armamento y tecnología, pero lo más revelador es siempre su capacidad de reflejar la vida del frente. No era uno de esos periodistas que cubren la guerra desde un hotel y transmiten las notas oficiales de los comisarios. Iba con las tropas y supo crear un clima de confianza tal que tanto soldados como oficiales le contaban lo que padecían con todo detalle. Él no tomaba notas cuando le hablaban, lo que suele intimidar. Escuchaba y luego escribía en sus cuadernos. Lo que cuenta es verdad, pero seguramente no se corresponde palabra a palabra con lo que le dijeron".
Cuando la temible Wehrmacht, el Ejército de Hitler, invadió Rusia el 22 de junio de 1941, Vasili Grossman se presentó inmediatamente para alistarse como voluntario en las tropas soviéticas. Tenía 35 años, pero lo consideraron inútil para cualquier tarea militar. Había nacido en la ciudad ucrania de Berdichev, en el seno de una familia judía. Sus padres se separaron, así que vivió una infancia que lo llevó de un lado a otro. Estudió química, se casó y tuvo una hija, se separó. Trabajó como ingeniero en una mina. Lo dejó pronto para dedicarse a escribir. Publicó dos novelas siguiendo los patrones del realismo socialista y uno de sus cuentos fue elogiado por Bulgakov y Gorki, dos de los grandes referentes de la literatura rusa de entonces.
La posibilidad de cubrir lo que ocurría en el Ejército Rojo para publicarlo en su periódico oficial lo salvó de la crisis en que la que cayó cuando lo rechazaron como combatiente. Así que salió para el Frente Central. Vivió el bombardeo de Gomel, la larga huida de Orel cuando se acercaron las tropas alemanas, el cerco de Kiev, el frente de Briansk. Estuvo con el 50º Ejército, que mandaba un general que había estado en la Guerra Civil española: "Petrov grita palabras españolas que suenan fuera de lugar aquí, bajo este cielo de otoño, sobre este suelo húmedo", anotó en sus cuadernos.
"Son muy pequeños", dice Antony Beevor, "llenos de apuntes escritos con una letra menuda. Cuando Luba y yo los descubrimos, quedamos fascinados por la cantidad de información que contienen sobre lo que ocurrió en el frente, sobre cómo vivieron la guerra quienes la hicieron y quienes la padecieron. A las autoridades soviéticas les interesaba que fueran escritores, y no sólo periodistas, los que informaran sobre lo que ocurría en los campos de batalla. Enviaron a Grossman, a Ehrenburg, a Simonov... Hay muchas similitudes entre los que cubrían la guerra entonces y los que lo hacen ahora. Hay también diferencias: hoy es más fácil escabullirse de la censura gracias a las nuevas tecnologías. Entonces la información no era instantánea, tardaban unas semanas en aparecer los textos, había más tiempo para elaborarlos".
"Stalingrado ha ardido. Tendría que escribir mucho para describirlo. Stalingrado ha sido incendiada. Stalingrado está en cenizas. Está muerta. La gente está en los sótanos. Todo ha ardido", escribió Grossman cuando le tocó contar que "la guerra ha llegado al Volga". Corría el año 1942 y muchas de las notas que tomó entonces le sirvieron para construir sus novelas, como la célebre Vida y destino, que pasa por ser una de las piezas más brillantes sobre el estalinismo.
"Con el paso del tiempo, aquel hombre desgarbado que había sido rechazado como soldado se convirtió en un tipo fornido, que aguantó todas las penalidades de la guerra y en el que coincidían, cosa muy rara, la valentía física con la valentía moral", comenta Beevor. "Contó cuanto había visto, incluso la violencia y la brutalidad con la que trataron los soldados soviéticos a las mujeres alemanas en su avance hacia Berlín. Fueron tan salvajes algunas violaciones que algunas notas, que finalmente no se han incluido, eran pura pornografía y ofensivas para cualquier mujer".

El observador meticuloso e implacable

Fragmentos de los apuntes de Vasili Grossman, que Antony Beevor y Luba Vinogradova han editado en Un escritor en guerra (Crítica).
- En el frente de Briansk (1941). "El interrogatorio de un traidor en un pequeño prado, un día de otoño tranquilo y claro, con un sol suave y agradable. Lleva barba crecida y viste un abrigo raído marrón rojizo y una gran gorra de campesino. Desertó hace varios días y fue capturado la noche pasada en la primera línea, cuando trataba de regresar a nuestra retaguardia vistiendo esa ropa campesina que parece sacada del vestuario de una ópera. Los alemanes lo habían comprado por 100 marcos. Volvía para localizar cuarteles generales y aeródromos. 'Pero si sólo fueron 100 marcos', dice arrastrando las palabras. Piensa que la modestia de esa suma podría hacer que lo perdonaran".
- En Stalingrado (1942). Testimonio del francotirador Anatoli Ivanovich Chejov: "Cuando recibí el fusil no podía ni pensar en matar a un ser humano: un alemán estuvo allí durante unos cuatro minutos, hablando, y le dejé ir. Cuando maté al primero, cayó inmediatamente. Otro corrió y se inclinó sobre el muerto, y lo tumbé también... Cuando maté por primera vez me eché a temblar: ¡Aquel hombre sólo iba a conseguir algo de agua! Sentí miedo: ¡Había matado a una persona! Entonces recordé a nuestro pueblo y comencé a matarlos sin piedad".
"Cuando uno entra en un búnker y en las oficinas subterráneas de los oficiales y soldados, siente de nuevo un ardiente deseo de retener en la memoria los notables rasgos de esa vida tan peculiar. Las lámparas y la chimenea hechas a partir de vainas de artillería, tazas hechas con sus culotes junto a los vasos de cristal sobre las mesas. Y un volumen de Shakespeare en la oficina subterránea del general Gurov... Toda esa vida cotidiana son apacibles cosas hogareñas rescatadas de los edificios incendiados".
- El campo de concentración de Treblinka (1944). "Sabemos de la muerte por hambre, de la gente hinchada a la que llevaban en carretillas al otro lado del alambre de espino y la fusilaban. Conocemos las increíbles orgías de los alemanes, cómo violaban a las chicas y las mataban inmediatamente después, cómo un alemán borracho le cortó los pechos a una mujer con un cuchillo, cómo arrojaban a la gente desde una ventana a seis metros del suelo, cómo una compañía borracha sacaba por la noche de los barracones entre 10 y 15 prisioneros para practicar diferentes formas de asesinato, sin prisa, disparando a los hombres condenados en el corazón, en la nuca, en un ojo, en la boca, en la sien...".
- Camino de Berlín (1945). "A las mujeres alemanas les están sucediendo cosas horrorosas. Un alemán educado cuya mujer ha recibido 'nuevos visitantes' [soldados del Ejército Rojo] explica con gestos expresivos y palabras rusas entrecortadas que ha sido violada hoy por 10 hombres. La señora está presente".

JOSÉ ANDRÉS ROJO - Madrid - 11/09/2006 

2 comentarios:

  1. Me gusta, me gusta, La verdad es que en nombre de Dios, del concepto estado o nación, de la iglesia sea cual sea su credo, y ultimamente en nombre de la "globalización", se han cometido monstruosidades. Y seguirán cometiéndose mientras que exista una conciencia coletiva que tienda a acabar con ese concepto del bien para mí antes que para los demás.

    ResponderEliminar
  2. Si Alberto, totalmemte de acuerdo, la persona, siempre deberia estar por encima de las ideologias, todo lo contrario en el mundo real, esta novela, es un reflejo de eso, porque describe la guerra, desde las personas, no desde las ideologias, fantástica novela, que yo saqué de la biblioteca de Ecija.. recomiendo su lectura

    ResponderEliminar