"Vive donde ningún ser vivo puede vivir: en el muro de la última farola". Esta frase perteneciente a la novela "El Golem" posee un significado de leitmotiv. Al fin y al cabo, el mismo Meyrink se situaba en un espacio espiritual que a la mayoría de las personas les parece inaccesible. Se caen igual que Athanasius Pernath en cuanto se deslizan por delante de aquella "habitación sin ventana", porque la cuerda existencial a la que se aferran se rompe.

No consiguen conciliar las distintas categorías del Ser, no consiguen convertirse en "un ser vivo aquí abajo y en el más allá". Con esto tocamos el segundo motivo de Meyrink, sobre el cual se basa la obra de su vida…

Debido a la inevitable y esporádica revisión de sus haberes, la historia de las ideas suele sacar a la luz algunos personajes cuyos perfiles se habían difuminado en las sombras del olvido. Este es el caso de Meyrink. No solo su vida fue un constante altibajo, también su impacto literario discurrió entre la cresta y el valle de las olas. Cuando publicó sus primeras sátiras en el "Simplicissimus" de Munich, el mundo empezó a reparar en él. Su voz llegó a escucharse en Europa, desde Francia hasta los países nórdicos. Pero tuvo que esperar hasta la publicación del Golem, en 1915, para conocer el auténtico éxito. Se convirtió en el autor de moda. Se le comparó a E.T.A. Hoffmann, a Edgar Allan Poe. En todos los países se intentó imitar el ambiente de sus obras. Literatos expertos seguían su huella sin avergonzarse, pero solo conseguían evidenciar que no basta con mezclar unos cuantos argumentos inquietantes y un puñado de fantasmas con alguna misteriosa magia para lograr un auténtico Meyrink. Todo lo contrario: los malogrados discípulos del maestro demostraron ser únicamente aprendices.

En aquella época, la critica literaria se ocupaba a menudo de Meyrink. Intentaban encontrar el cajón adecuado para él, clasificándolo ora entre los expresionistas, ora entre los autores ideológicos, los sensacionalistas o los escritores de novelas por entregas. Nuestro autor se inquietaba por ello. Continuaba su camino, escribiendo tras "El Golem", "El rostro verde" (1916), "Los murciélagos" (1916), "La noche de Walpurgis" (1917), "El dominico blanco" (1921), y finalmente, "El ángel de la ventana de Occidente" (1927). Y entre novela y novela componía también relatos y bocetos (a algunos de ellos les atribuímos hoy la etiqueta de "short stories" ocultistas) y las poco acertadas "Historias de alquimistas" (1925). Su nombre se encontraba en todos los manuales de literatura, ya fuera prudentemente elogiado o ferozmente criticado. Muchos lo odiaron por haberse visto ridiculizados en sus sátiras, las que "El cuerno encantado del alemán provinciano" (1913) hizo resonar en el mundo entero. Pero lentamente se fue calmando el torbellino literario. Cada vez se hablaba menos de Meyrink, la gente se olvidaba de él. Cuando murió, en 1932, ya había desaparecido del mercado. Sus adeptos se retiraron a las catacumbas.
Ahora bien, una vez desvanecido el primer impacto, nuevos efectos comenzaron a manifestarse, y en esta ocasión, en lugar de con estridencia y sensacionalismo, operaron silenciosa y profundamente. No fueron los críticos literarios, los cuales persiguen incesantemente todo lo nuevo, quienes lo rehabilitaron, sino los psicólogos: el suizo Carl G. Jung descubrió en Meyrink una personalidad que se inspiraba en un hondo manantial visionario, al igual que Dante, Nietzsche, Wagner, Spitteler, William Blake, E.T.A. Hoffmann o Ridder Haggard, Benoit, Kubin, Barlach. Jung fue capaz de comprender las particulares leyes que regían aquella creatividad artística: "Su valor y su impacto", escribió, "tiene su origen en el carácter monstruoso de la experiencia que surge, extraña y fría, o majestuosa e importante, de las profundidades atemporales; por un lado aparece demoníaca o grotesca, matizada por mil colores, aniquiladora de los valores humanos y de las formas estéticas, terrorífica maraña del eterno caos; por el otro lado se presenta como una revelación cuyas cimas y profundidades son casi insondables para la intuición humana". Con ello señala Jung su comprensión de esos terrenos límite, cuya inequívoca determinación es prácticamente imposible, incluso para un psicólogo. La creación visionaria de Meyrink "desgarra" el telón en el que se han pintado las imágenes del cosmos, "desde abajo hasta arriba, permitiendo a la mirada penetrar en las incomprensibles profundidades de lo que queda por crear. ¿Se trata de adentrarse en otros mundos, o en las ofuscaciones de una mente?. ¿Es una visión perteneciente a los orígenes premundanos del alma humana, o al futuro de las generaciones venideras?". El psicólogo no lo sabe y deja la respuesta en el aire, no puede contestar, ni afirmar, ni negar. Algo sí que sabemos hoy, los libros de Meyrink constituyen una incesante confesión, son testimonios de la lucha que sostuvo contra los demonios que siempre amenazaron su existencia espiritual. Este conflicto se desarrolló sobre tres niveles, primero en lo biográfico, donde chocó con un odio que casi lo hunde físicamente. Después en lo literario, terreno en el que la mofa y el escarnio, la ironía y la sátira se manejaban como si fuesen espadas, y se alcanzaba a los adversarios en pleno corazón. Pero es en el tercer nivel, el más alto, donde se levanta la "cabeza de la medusa", donde el trauma de lo animico se potencia hasta lo metafísico. El odio se confunde con los temores de esta alma atormentada, incrementados quizás por sentimientos de culpabilidad conscientes o inconscientes. Durante toda su vida Meyrink luchó contra esa "cabeza de la medusa", a la cual se descubre de forma amenazadora en el libro titulado "El dominico blanco". Puede que fuera para él un símbolo arquetípico que temía ver salir desde el inconsciente colectivo hasta la luz del día. Pero cuando el símbolo se elevaba, estallaba una lucha espiritual a vida o muerte. El lector intuirá la fragilidad de la base sobre la que se mueve el luchador visionario. Por ello, el miedo que experimenta puede considerarse como una reacción saludable.
Para poder entenderlo del todo es necesario conocer la biografía de Meyrink. Sufrió mucho debido a su condición de bastardo. Su padre era el barón von Varnbüler, ministro del estado de Württemberg. Según la partida de nacimiento y bautismo, el lugar donde Gustav Meyrink vino al mundo, el 19 de Enero de 1868, fue el hotel "Blauer Bock" de Viena, en la Mariahilferstrasse. Como su madre figura Maria Meyer, nacida en Breslau, protestante, hija de Friedrich August Meyer y de su esposa María, nacida Abseger. Esta última fue también su madrina. La sombra de aquella María Meyer, a la que frecuentemente confundieron con la actriz judía Clara Meyer, las dos trabajaban en el Hoftheater de Munich, llenó de oscuridad toda la existencia de Meyrink. Pero hubo otros terrores que aterraron el alma del visionario, se sintió amenazado por fuerzas arquetípicas que estaban más allá de sus padres. La búsqueda en el pasado no aporta una solución que pudiera transformarse en salvación. No obstante, muchos de los personajes que pueblan las visiones de Meyrink parecen emanar de este terreno. Si tomamos como ejemplo "El dominico blanco", hallamos una estructura compuesta por todos los antepasados familiares, desde el "bisabuelo" hasta "Christopher". "Te convertirás en la copa del árbol destinado a contemplar la luz de la vida. Yo soy la raíz que impulsa las fuerzas sombrías hacia la claridad. Cuando el árbol haya alcanzado su máximo crecimiento, tú serás yo y yo seré tú".
La imposibilidad de disolver estas disonancias fue sin duda la causa de su crónica disposición agresiva, la cual lo capacitaba para pronunciar mordaces sátiras. Los problemas que constantemente le creaba el hecho de ser hijo ilegítimo de un noble ministro de Estado y de una actriz de origen burgués le provocaron una gran tensión psíquica. Una persona menos creativa se hubiera refugiado en una neurosis. En el caso de Meyrink las crisis se transformaban en productividad.
Interminablemente, Meyrink se sentía oprimido por una especie de pesadilla. Por esta razón no cejó de buscar una "solución" cuya forma externa, cuyo "ropaje" no tenía la menor importancia. En "El dominico blanco" se denomina "disolución" (del cuerpo y de la espada) y tiene un atavío taoísta. También adopta formas budistas, cabalísticas, u otras cualesquiera, según el camino elegido. Meyrink siguió muchas vías diferentes, y no pudo evitar que algunas fueran erróneas, aunque siempre rehuyó las respuestas fáciles y las ideas esquemáticas. Por ello, durante toda su vida fue un perpetuo buscador.
La novela "El rostro verde" alcanza una especial profundidad. Cuando Meyrink escribía este libro, el destino le gastaba variadas bromas. Por ejemplo, nada más elegir como título "El hombre verde de Amsterdam" empezó a verlo en todas las carteleras de cine, anunciando una película. Este tipo de casualidades no cesaba de producirse. Pero cuando hubo terminado el manuscrito a pesar de todos los obstáculos, era evidente que había logrado una obra que, como el "Golem", poseía la máxima armonía de conjunto, tanto en su forma externa como en su contenido. En ella, Meyrink relata de modo algo velado un perído decisivo de su desarrollo interior. El leitmotiv es la superación del cuerpo a través del espíritu. El místico Swammerdam exhibe una actitud teúrgica: "Si realmente quiere que su destino vaya al galope, debe invocar el núcleo mismo de su ser, ese núcleo sin el cual sería un cadáver, e incluso ni siquiera eso, y ordenarle que le lleve a la gran meta por el camino más corto. Esto es una advertencia al mismo tiempo que un consejo, ya que es lo único que el hombre debería hacer, así como el mayor sacrificio que pueda ofrecer. Esta meta es la única digna de esfuerzo, aunque ahora no lo vea. Usted se verá empujado sin piedad, sin pausa, a través de las enfermedades, los sufrimientos, la muerte y el sueño, a través de los honores, las riquezas y la alegría, siempre hacia adelante, a través de todo, como un caballo que arrastra un carro a velocidad vertiginosa, con toda su fuerza, sobre los campos y las piedras. Eso es lo que yo llamo clamar a Dios. ¡Tiene que ser como hacer un voto en presencia de un oído atento!". De malograrse la llamada, de "no dar en el blanco con la flecha", la confusión mental enmaraña a los buscadores, y las oscuras fuerzas de Usebepu entran en posesión de sus víctimas. Con los diversos personajes del grupo de místicos holandeses, Meyrink ilustra varios caminos posibles, caminos adecuados y caminos erróneos. Detrás de todo se halla Chidher el Verde, el "árbol" cabalístico de la chisidim, revelando su misterio: "El amor efímero es un amor fantasmal. Cuando veo brotar en la Tierra un amor que se eleva por encima de lo fantasmal, extiendo sobre él mis manos como unas ramas protectoras, para preservarlo de la muerte, porque no solo soy el fantasma del rostro verde, también soy Chidher, el árbol eternamente reverdecido". Hauberrisser y Eva alcanzan la meta del "matrimonio sagrado", igual que lo hacen en el "Golem" Athanasius Pernath y Miriam.

Es en el "Rostro Verde" donde, de manera muy poco velada, Meyrink expone el camino de evolución gradual que va desde el estado tridimensional de la mera existencia hasta ese estado psíquico límite, multidimensional, del "estar despierto".


La vida de Meyrink estuvo estrechamente vinculada a la mágica ciudad del umbral, a Praga. Allí ejerció durante muchos años la profesión de banquero; allí sufrió grandes injusticias que quebraron la base de su existencia burguesa; también allí encontró, en Filomena Bernt, la compañera de su vida. Siempre era bienvenido en las tertulias literarias. En la Estrella Azul se formó un grupo que buscaba nuevas vías de conocimiento, con Meyrink y el místico Karl Weinfurter, de Praga, al frente. También en Munich y en Viena se acogía de buen talante al brillante conversador que era Meyrink. En su camino se cruzaron Peter Altenberg, Roda Roda, Egon Friedell, Ludwig Ganghofer, Paul Busson y muchos otros. Debe mucho a Fritz Eckstein, enciclopedista y trotamundos, químico y fabricante, científico y filólogo, el cual fue un genio del diálogo, pero apenas si publicó algo. Conoció Meyrink a toda clase de personas, iluminados y charlatanes, místicos aparentes y verdaderos, santos y fariseos, todos ellos símbolos de sabiduría o de advertencia.
Aunque al final Meyrink abandonó Praga, nunca pudo sustraerse al encanto singular de la ciudad situada a orillas de un oscuro río. Con su particular sensibilidad notaba las interferencias de las olas culturales procedentes del Este y del Oeste, del Norte y del Sur. Meyrink daba paseos nocturnos, atravesaba aquella urbe, aquel punto de intersección, con sus cientos de torres y torrecillas, siempre a la búsqueda de la "solución", del "aquí abajo y el más allá".
¿Acaso fue más que una simple coincidencia que la villa de Meyrink, situada junto al lago Starnberg, donde murió el 5 de Diciembre de 1932, llevara el nombre de aquella otra casa pegada a la muralla del Hradschin, y buscada tan fervorosamente, que desde tiempos inmemoriales se llamó "La casa de la última farola"?.