"El beso" de Auguste Rodin
La energía que mueve el mundo conduce a las personas a la libertad y a la realización cuando son capaces de amarse a sí mismas y a los demás sin esperar nada a cambio. Por Francesc Miralles.
En su libro Martes con mi viejo profesor, el periodista Mitch Albom cuenta lo que le sucedió en uno de los momentos de mayor confusión de su vida. Aupado en la cima del éxito, tenía la impresión de haber perdido el control sobre su existencia, cuando contactó casualmente con un viejo profesor de universidad, Morrie Schwartz, que le dio las lecciones finales en la antesala de la muerte. Hasta el último suspiro, alumno y maestro se reunieron cada martes para debatir sobre qué es lo que cuenta al final de todo. Estas lecciones llenas de sentido común y humanidad tuvieron como protagonista el amor. En opinión del viejo profesor, la mayoría de personas consumen la vida tratando de engullir algo nuevo: un juguete, un coche, una propiedad inmobiliaria… Pero nunca están satisfechas. Según el profesor, “estas personas tenían tanta hambre de amor que aceptaban sucedáneos. Abrazaban cosas materiales y esperaban que éstas les devolvieran el abrazo de alguna manera. Pero eso no da resultado nunca. Las cosas materiales no pueden servir de sucedáneo del amor, ni de la delicadeza, ni de la ternura, ni del sentimiento de camaradería.”
En sus últimos compases, Morrie Schwartz había comprendido que el dinero, el poder o el éxito nunca pueden sustituir al amor. Pero ¿qué es esa energía que hace mover el mundo?
El mito de la media naranja
Uno de los primeros pensadores que hablaron largamente sobre el amor fue Platón. En El banquete, llega a afirmar que es una energía tan poderosa que un ejército de amantes jamás podría ser vencido, ya que “no hay hombre tan cobarde a quien el amor no haga valiente y transforme en héroe”. Este diálogo se desarrolla durante un banquete –de ahí el nombre de la obra–, en el que los invitados inician una larga conversación sobre la naturaleza del amor, dando cada cual su visión del tema. Es, precisamente, en uno de esos discursos donde aparece por primera vez la expresión “encontrar la media naranja”, actualmente cuestionada por muchos psicólogos de pareja por considerar que todo ser humano es una naranja entera y no debe esperar a nadie para sentirse completo y realizado.
La fábula, contada por Aristófanes, explica que primitivamente existían tres razas humanas: los integrantes de una eran totalmente hombres; los de otra, mujeres, y la tercera, mitad hombres y mitad mujeres. Esta última especie eran los andróginos, inferior en todo a las otras dos. Los andróginos estaban unidos por el ombligo y tenían cuatro brazos, cuatro piernas y dos rostros en una misma cabeza, opuestos el uno al otro. Los dos seres unidos, al sentir amor entre sí, tenían hijos dejando caer la semilla a la tierra, como las cigarras. Además, era una raza fuerte y orgullosa, hasta el punto de que se atrevieron escalar el cielo para desafiar a la divinidad.
Para castigarles y restarles fuerza, Zeus los dividió en dos personas y encargó a Apolo la curación de la herida. Desde entonces, esas mitades se buscan y, cuando se encuentran, se abrazan para recuperar la unidad que tuvieron en el pasado.
El mito del amor romántico, ilustrado por Goethe en Las desventuras del joven Werther, bebe de esta antigua concepción de que al individuo le falta algo para sentirse completo y feliz. El desamor que sufre el protagonista por parte de su anhelada Lotte le lleva a quitarse la vida, actitud que fue emulada por muchos jóvenes de aquella época.
Todavía en la actualidad muchas personas contemplan el amor como el parche para una carencia existencial, lo que les lleva a crear relaciones de dependencia y a fracasar repetidamente.
cómo llegar a ser amado
Tal vez el ensayo moderno más leído sobre el sentimiento que nos hace humanos sea El arte de amar, de Erich Fromm, publicado por primera vez en 1956. En esta obra, el psicólogo y humanista alemán se pregunta si amar es un arte que puede ser aprendido, como lo son otras capacidades humanas. El inconveniente es que el aprendizaje de este arte choca con algunos prejuicios y errores de base que impiden que incorporemos el amor de forma saludable a nuestra vida.
Fromm argumenta que “para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste principalmente en ser amado más que en el hecho de amar, a la propia capacidad de amar. De ahí que el problema para ellos sea el hecho de conseguir ser amados, de ser dignos del amor. Para lograr este objetivo, siguen varios caminos. Uno de ellos, utilizado principalmente por los hombres, consiste en tener éxito, ser poderoso y rico, tanto como lo permita el margen social de su posición. El otro, usado especialmente por las mujeres, consiste en ser atractivo mediante el cuidado del cuerpo, de la ropa, etc. Pero hay otras formas de ser atractivo, empleadas tanto por hombres como por mujeres, como son las maneras agradables, la conversación interesante, ser útil, modesto, inofensivo…”
Otra de las dificultades que señala Fromm es que una persona sólo puede amar a otra si se conoce a sí misma y respeta su propia individualidad, ya que entonces estará preparada para comprender y respetar la de su pareja. Sin embargo, nuestro ritmo frenético de vida no nos permite conocernos, lo que dificulta un intercambio nutritivo con los demás. Por eso, ante la imposibilidad de conocer al otro, muchas personas tratan de moldear a su compañero según la imagen ideal que tienen de lo que debería ser el amor, lo cual sólo provoca su destrucción.
Fromm recurre al maestro Eckhart para definir el remedio universal contra todos estos males: “Si amas a todos los demás como a ti mismo, no lograrás realmente amarte, pero si amas a todos por igual, incluyéndote a ti, los amarás como a una sola persona.”
En sus conclusiones, este autor afirma que los ingredientes del amor maduro son el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento, tanto de uno mismo, como de los demás.
El valor de la paciencia
Justamente la responsabilidad es el talón de Aquiles de nuestra época, dominada por la búsqueda de satisfacciones inmediatas. La cultura del consumo sitúa el deseo fugaz como centro de nuestro sistema económico; tal vez por eso la paciencia es un valor en peligro de extinción.
Dos generaciones atrás, aunque las parejas estuvieran condicionadas por un rígido sistema moral, aplicaban la paciencia a un mal día o incluso a una temporada de menor entendimiento. Luego, en muchos casos, se reconducía la relación, que incluso salía fortalecida. Hoy en día, en cambio, parece que los sentimientos se han vuelto extremadamente volátiles. Un par de malentendidos o unas cuantas discusiones pueden acabar, en muchos casos, con la unión más sólida. En este sentido, la enorme oferta de relaciones en intenet contribuye a la dispersión. El amor se presenta como un producto de consumo y, si uno no está satisfecho con el que tiene en casa, simplemente puede adquirir otro fuera de ella.
Nada de esto ayuda a profundizar en el amor ni a construir lazos fuertes a partir de la responsabilidad, un valor muy bien expresado en un célebre pasaje de El principito, de Saint-Exupéry:
“Adiós –dijo el zorro–. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
–Lo esencial es invisible a los ojos– repitió el principito, a fin de acordarse.
–El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
–El tiempo que perdí por mi rosa…– dijo el principito, a fin de acordarse.
Los hombres han olvidado esta verdad –dijo el zorro–. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa.”
Darse libremente
Cuando se establece un vínculo fuerte entre dos personas, siempre existe el riesgo de que este lazo se convierta en una cadena hiriente. El amor mal entendido puede traducirse en celos, deseo de control y violencia psicológica o incluso física. El agresor ve a su víctima como parte de su propiedad y, ante el riesgo de perderla –como si le arrebataran esa mitad que tanto le ha costado conseguir– recurre a métodos de intimidación. Contra esta plaga que asola las páginas de sucesos de los periódicos, Jiddu Krish-namurti razona así:
“Libertad y amor van juntos. Amor no es reacción; si te amo porque me amas, se trata de un mero comercio, algo que puede comprarse en el mercado. Amar no es pedir nada a cambio, ni siquiera sentir que se está dando algo; y sólo un amor así puede conocer la libertad. (…) Debemos descubrir por nosotros mismos lo que significa amar, porque si no amamos, nunca podremos ser solícitos y atentos; nunca podremos ser considerados. ¿Qué significa ser considerado? Cuando ves una piedra afilada en un camino frecuentado por peatones descalzos, la retiras no porque te lo pidan, sino porque sientes por otro; no importa quién es y nunca lo conocerás. Plantar un árbol y cuidarlo, mirar el río y disfrutar la plenitud de la tierra… Para todo ello se requiere libertad, y para ser libre debes amar.”
Este pensador indio argumenta que el malentendido surge cuando se vincula el amor entre dos personas al sexo y al placer, cuando comparamos unas personas con otras y nos valemos de la autocompasión al creer que somos tratados injustamente. El néctar del corazón es, afirma Krishnamurti, darse con los ojos cerrados sin pedir nada a cambio y con compasión, lo cual implica “pasión por todo”. Nada queda excluido cuando entendemos que todo es valioso y digno de nuestro amor.
En el preciso momento en que queremos canalizar el amor en una determinada dirección, o bien juzgarlo de alguna manera, lo enturbiamos con una idea preconcebida de lo que debería ser. En sus propias palabras: “Dividir cualquier cosa entre lo que debería ser y lo que es resulta el modo más engañoso de habérselas con la vida”.
Tal vez amar sea sólo, al fin y al cabo, deshacernos de todas las cadenas que nos impiden entregarnos a la experiencia de vivir sin condiciones, amando cada cosa, momento y persona por lo que es, no por lo que creemos que debería ser.
Francesc Miralles. " Vivir un amor libre y saludable "
http://www.larevistaintegral.com/543
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